A Miguel le gustaba salir con los amigos a echarse los tragos después de una semana de duro trabajo como herrero, a unas cuadras del trabajo se encontraba la cantina de doña Mary, conocida como el pueblito, por eso el grito de batalla al llegar el fin de la jornada es, ¡vamos al pueblito! 

Esa noche miguel no se contuvo, él y sus amigos pidieron varias rondas de octavos de sabores, no tenía un favorito, simplemente le gustaba la sensación de estar mareado y olvidarse de que a veces la vida es complicada, pasarón las horas entre canciones de rockola, lágrimas, y risas, algunas boquitas saladas, sin mucha gracia pero en abundancia, hasta que llegó el momento de cerrar, Margarita la dueña ya tenía sus años para entonces, y ella misma atendía, así que cuando se desesperaba no dudaba en sacar la escoba para sacarlos a todos, era parte de la emoción de beber en ese lugar. 

Miguel se despidió de sus amigos, y se dirigió a su casa, esta quedaba a unos tres kilómetros de aquel lugar embriagador, el último kilómetro era un lugar solitario, cuesta arriba, con algunos pequeños terrenos con milpa, algunas casas desperdigadas, y basura, porque lamentablemente la gente  sigue sin tener educación al respecto. Llegando al último poste de alumbrado que aún funcionaba Miguel se percató de  un pequeño perro que lo seguía unos pasos atrás, al inicio no le puso mucha atención, por lo que lo ignoró. 

Miguel camino un poco más, cuando se percató en medio de una borrachera que le hacía difícil caminar con consistencia, que el perro que lo seguía sonaba como un caballo cuando caminaba, naturalmente en medio de su confusión suposo que era producto de todo lo que se bebió, también le daba  la sensación de que aquel pequeño perro ya no era tan pequeño, si no que crecía a medida en que se acercaba, pero de igual manera pensó que estaba imaginando cosas. 

 Se decía que el Cadejo negro era un demonio enviado por los dioses para llevarse a los que tienen que partir, pero si te lo encuentras no todo está perdido.  Recordó Miguel mientras se tambaleaba de un lado al otro, en  ese momento su corazón se aceleró aún más y se preguntó así mismo si era posible lo que estaba  pensando. El hombre que se encuentre con el Cadejo en su camino a casa se dará cuenta de que la criatura lo verá fijamente con sus ojos rojos mientras empieza a gruñir de forma aterradora. Recordó de nuevo Miguel en ese momento sudaba frío, a pesar de que era una noche calurosa de verano.  

Miguel volteo a ver con el corazón en la mano y sintió alivio ya que aquel perro que parecía seguirlo mientras se hacía más grande ya no se encontraba detrás de él. La tranquilidad le duró poco, porque sintió la presencia de aquella criatura de nuevo a sus espaldas, entre su camino y su destino, justamente de un brinco volteo de nuevo y ahí estaba, frente a él. Pero no debes huir, porque no se le puede huir a la hora final, pensó Miguel recordando otra parte de la leyenda que tantas veces ha escuchado de los mayores de la familia.

Al Cadejo hay que verlo y continuar tu camino, es lo único que debes de recordar, pensó, debes evitar llamarlo por su nombre, evita dirigirte a él, no importa que sientas, aunque  te araña el corazón con sus garras afiladas o que te ladre con ferocidad. Miguel tuvo que agarrar un enorme valor para dar un paso hacia dónde aquel animal de ojos encendidos como si ardieran leños en la fogata y un pelaje de niebla negra, como una noche que jamas a visto una luna. 

Enfrentarse al Cadejo no tiene sentido. Pero puedes seguir tu camino, que si encuentras la calma y decides continuar, él será garantía de que llegarás a salvo a casa.  El Cadejo, respiró tan fuerte que Miguel sintió que le arrancó la piel, solo para que el animal voltear para internarse en la milpa, ahí fue cuando Miguel se dio cuenta de que estaba parada frente a la puerta de su casa, y pensó. aún no era mi hora, pero un día vendrá por mi.

Pacheco, Ernesto. “El Cadejo”. Festival de la Llorona, 31 de octubre de 2023, Ciudad de Guatemala.